Trujillo en Línea.- (Por: fray Héctor Herrera) La comida es signo de amistad y comunión. Así como nos reunimos en torno a la mesa familiar para compartir el pan que nos da vida, también Dios nuestro Padre ha querido reunirnos en torno al Pan de vida que es su hijo Jesús.
De esto nos habla el evangelio de Juan 6,51-58. El centro de la comida de Jesús no es el cordero, sino el Pan. Él mismo se presenta “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (v. 51).
Jesús es fuente de vida, se nos da él mismo para que nosotros tengamos una nueva vida. El discípulo entra en comunión con el resucitado y en una relación comunitaria que celebra la vida y la comparte con los demás. Los judíos, como hoy quizás no queremos comprender esta dimensión tan profunda: su carne y su sangre, son la entrega total de su vida para liberarnos de todo lo que rompe e impide la comunión entre Dios y los hermanos. Por eso no hay eucaristía donde no hay amor ni fraternidad.
“Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (v.56). Jesús se entrega él mismo en persona, su muerte es para reunir a los hijos dispersos (Jn 11,52) en torno a la mesa para participar de la vida. Nadie entendía a las primeras comunidades cristianas cuando se reunían y nos reunimos para celebrar la muerte y la resurrección de Jesús. Porque “La comunidad que come de este pan se debe dejar transformar por el pan para convertirse también ella en “pan para la vida del mundo” (Manuel Díaz Mateo: El sacramento del pan).
Jesús es el Pan de Vida, porque así como lo envió el Padre, él nos envía, para que comamos el Pan y tengamos vida (v.57). Somos discípulos de Jesús, si nos reunimos en torno al pan, a la mesa compartida y hacemos nuestros los gozos y las esperanzas de los niños, as desnutridos y hambrientos, de los varones y mujeres que luchan y defienden la vida. Hay comunión donde hay esfuerzos sinceros de defender y proteger la vida que es la de quien nos la da. Comulgar con Cristo significa entrar en comunión con todas las personas que creen en el don de la vida y que defienden la dignidad de toda persona.
Quien se alimenta de Jesús tiene vida porque entramos en comunión con él y con nuestros hermanos. Es interesante observar en la mesa de los pobres y de las comunidades campesinas como la comida es una fiesta, porque celebran la vida con alegría, fe y esperanza.
En este signo de la comida, del banquete eucarístico, Jesús nos muestra su profundo amor y como creativamente los creyentes tenemos que seguir dándole un sentido profundo a la vida.
Cuando la vida es deteriorada por la violencia, cegada en corto tiempo por los traficantes en los lavaderos de oro, la trata de personas, mujeres arrancadas de sus comunidades para ser prostituidas, niños y personas con VIH, aterrorizados por la violencia, impunidad en los crímenes de lesa humanidad. Ante todo esto, Jesús nos sigue diciendo: “Quien come de este pan vivirá para siempre” (v.58).
Sólo Jesús se entregó por nosotros para darnos vida y cambiar nuestra conducta para desterrar como nos recuerda Pablo: “todo libertinaje y dejarnos conducir por el Espíritu. Esto unido a la alegría de la oración y meditación de los salmos como acción de gracias, en nombre de Cristo” (Cf. Ef. 5,15-20)
Alimentarnos de Cristo es vivir su misma vida en comunión con los hermanos. La fraternidad se construye si nos alimentamos de Jesús Pan de vida.
DOMINGO 20 T.O. B.D. 16.08.2015. JN 6,51-58
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