Trujillo en Línea.- Mt 15,21-28, nos presenta la universalidad de la salvación de Jesús. Se va al país de Tiro y Sidón, le sale al encuentro una mujer cananea pidiéndole la sanación de su hija: “Señor, Hijo de David, ten compasión de mí” (v.22). Jesús es reconocido por una pagana como descendiente de David. Él calla. Los discípulos insisten que la atienda para que deje de gritar. La mujer se acerca y se postra ante Jesús.
Él se detiene, dialoga con la mujer. Nos invita a la apertura, escuchar, dialogar ante la petición de la mujer que lo adora. Como buen judío, le dice: “No está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella replicó: “Señor, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños” (v.27)”.
Esta mujer que no pertenece a Israel, se comporta mejor que los judíos. Jesús admira la fe de esta mujer, con su insistencia es capaz de llegar al corazón de Dios, porque sabe que Él es capaz de liberarla del poder del mal: ¡Mujer que grande es tu fe, que se cumplan tus deseos! (v.28). Jesús quiere darnos una lección: podemos llegar al corazón de Dios y liberarnos del mal de la injusticia, la muerte, la violencia, la falta de diálogo, escuchar y atender el clamor de los pobres, hacer la vida más humana y más digna.
Jesús a ninguno de sus paisanos los pone como ejemplo de fe. "En Israel no he encontrado en nadie tanta fe" (Mt 8. 10). Jesús rompe con todos nuestros esquemas: raza, religión, lengua, origen. Nos abre un horizonte más amplio. Como nos recuerda Pablo: “Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). “La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. (E.G.112)
La mujer cananea nos enseña a descubrir esa fe en Jesús. Tenía absoluta seguridad que Él podía sanar a su hija. Confía en su Palabra transformadora. Es la Palabra que transforma nuestras vidas para salir de las apatías, egoísmos, indiferencia para lanzarnos a la misión de compartir la fe concreta con todas las personas que buscan el rostro de la acogida de la verdad que nos hace libres.
La fe se vive y se realiza con obras (cf. St. 2, 14 ss). Misioneros y misioneras religiosas, sacerdotes y laicos nos están dando el ejemplo consiguiendo oxígeno, medicamentos, alimentos para los pueblos originarios y tendiendo la mano a los pobres, víctimas de la pandemia.
Dios es un Dios cercano que nunca olvida el dolor de los pobres y nos anima, nos alienta en la fe: creer en Jesús, Señor de la vida, es amarla, protegerla y defenderla. (Escrito por Fray Héctor Herrera, o.p.)
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