Trujillo en Línea.- Mt 5,13-16, Jesús enseña a sus discípulos: “Ustedes son sal y luz del mundo” (vv. 13-14). La sal sirve para dar sabor y preservar los alimentos de toda corrupción. La luz ilumina, es fuente de vida y alegría.
Los creyentes, con esta comparación, buscamos la luz y el sabor de la vida en la Palabra de Dios, como nos recuerda el profeta Isaías 58,7-10. Si compartes tu pan con el hambriento, hospedas a los pobres sin techo, vistes al desnudo y no te despreocupas de tu hermano, brillará tu luz como la aurora, sanarán tus heridas, tu justicia te abrirá camino detrás de la gloria del Señor.
Estamos llamados a ser signos proféticos. La realidad nos cuestiona: hambrientos, migrantes, personas sin techo, despojados de sus territorios, nos llaman a buscar la solidaridad y soluciones a formas de vida indignas, que atentan contra la dignidad del ser humano.
Esto es dar sabor a nuestra misión, buscar el amor, la justicia, preocupación para dar vida a los demás. Esta comparación de sal y luz, complementan el discurso de las bienaventuranzas que nos hacen felices. La felicidad está en la alegría de servir y amar.
“Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Nuestro mundo, necesita testimonios concretos de generosidad, devolver la dignidad al ser humano, trabajar en una educación que forme en valores y libere a la persona y a la sociedad de toda ceguera y oscuridad pensando en el otro.
La Palabra de Dios es bien concreta, una comunidad cristiana, iluminada por la luz de la Palabra: “lámpara para mis pasos” (Sal 118, 105), ha de ponerse, como la sal, al servicio de los demás buscando cómo orientar y proporcionar sabor y alegría a la vida.
Una comunidad crece en la luz y en dar sabor a la vida con alegría, cuando sale a comunicar el evangelio de la vida y la alegría, promoviendo a los jóvenes, a la familia, atenta al acontecer diario, no quedarnos en los lamentos, sino como defendemos la vida y los derechos de las personas.
Cuando los pastores, religiosas y laicos comprenden la luz de la Palabra, están dispuestos a jugarse la vida, en compartir el pan con el hambriento, enseñar y rehabilitar a los internos, educarnos en la responsabilidad y cuidado de la creación. Diferentes testimonios anónimos nos permiten descubrir en las personas sencillas la luz de Cristo, en la sonrisa y en el amor por los más desprotegidos.
El testimonio de Fernando, sacerdote que vive en medio de los arenales de los marginados, nos da ejemplo de servir a los pobres, en la educación, pastoreo, camina junto a su comunidad. Anuncia el evangelio, como nos enseña Pablo con sinceridad y coherencia, no predicándose a sí mismo “sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor 2,2).
Nuestra misión: ser luz y fuerza del Evangelio de la vida. Vivir en serio la fe en Cristo, una muestra “del poder del Espíritu de Dios” que actúa en nuestra historia y en la vida cotidiana. (Por fray Héctor Herrera, o.p.)
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