Trujillo en Línea.- (Por: Fray Héctor Herrera OP) Con el Domingo de Ramos, iniciamos la semana Santa. Celebramos la vida, el triunfo de Jesús, mostrando su humildad, paz, reconciliación y el misterio de su pasión.
El pueblo de Israel como el nuestro, esperaba el cumplimiento de las promesas de Dios: al Mesías prometido. El evangelio de hoy de Mt. 21,1-11, nos presenta a Jesús montado en una asna. La gente entusiasmada grita: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Libéranos! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Todos se preguntan ¿Quién es este hombre? (vv.9-10).
Se presenta humilde, para enseñarnos que su mesianismo no se basará en el poder y la gloria, sino en la humildad que busca la vida y la verdad. El hijo de David conmueve los corazones. Las reacciones de las autoridades judías y del pueblo son distintas. Los primeros ven en peligro su poder, los sencillos lo ven con esperanza.
El pueblo ve en Jesús, el cumplimiento de la profecía de Zacarías (9,9). No entrará en la ciudad en caballo como los romanos, sino en un burro como los pobres y sencillos. Es lo que nos recordará San Pablo: “Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde su categoría de Dios, al contrario se despojó de su rango y tomó a condición de esclavo, pasando por uno de tantos (Flp 2,6-7).
Su presencia producirá conflictos con las autoridades judías, que ven minado su poder cuando se les enfrenta por el comercio en el Templo.
El evangelio de Mt 26,14-27,66 nos relata como Jesús pasa del triunfo a la pasión, la traición, el sufrimiento del inocente que se pone en manos de su Padre. El juicio representa a todos los inocentes del mundo, injustamente condenados a muerte.
Pero aún, dentro del dolor, nos da un testimonio: el discípulo está llamado a la vida, que su reino es de los que se esfuerzan en buscar y hacer realidad la justicia, la paz y que el amor triunfa sobre el odio. Que la coherencia de vida nos la da desde la cruz, en el gesto supremo del amor porque no saben lo que hacen.
Es el grito del profeta, como Mons. Oscar Romero, que se jugó y dio la vida por su pueblo, que corrió la misma suerte de los inocentes desconocidos, pero que su memoria sigue viva como una luz para los seguidores de Aquel que nos mostró con el ejemplo: que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Jesús se sometió a la muerte de Cruz, para que nosotros tengamos vida. Y por eso lo reconocemos como el Señor de la Vida, para que al “nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra…y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,10-12).
Que el inicio de la Semana Santa, nos lleve a profundizar nuestra fe y esperanza: convirtámonos al Evangelio para ser mensajeros de vida y de paz, que es posible vencer los signos de muerte: corrupción y violencia, para ser testigos de la vida.
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