Trujillo en Línea.- Lc 24.13-35: Nos presenta dos momentos de la aparición deI Resucitado. Es una catequesis profunda: los discípulos de Emaús, caminaban de Jerusalén, el centro de los acontecimientos donde los poderosos, les habían arrebatado la esperanza, matando a Jesús.
Él sale a nuestro encuentro, como se acercó a Cleofás y a su compañero, quienes se habían apartado del grupo de los creyentes y se iban tristes (v.15). El buen Maestro nos dice, como a los de Emaús: ¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas! (v.25). Jesús, el compañero de camino, nos va abriendo la inteligencia poco a poco, a través de la Sagrada Escritura. El Mesías tenía que padecer, ser muerto y volver a la vida.
El mensaje central es Jesús ha muerto y ha resucitado. Va fortaleciendo su fe y les devuelve la alegría a esos varones poco a poco. Ese diálogo y enseñanza, los lleva a una actitud de confianza, a preocuparse por su interlocutor. Es la catequesis de la Palabra.
Un segundo momento comienza cuando él quiere seguir adelante (v.28) le dicen: “Quédate con nosotros, porque ya atardece y va anocheciendo” (v.29). El forastero los escucha y se sienta a la mesa. Sus ojos que estaban vendados se les abren cuando parte el pan y lo reconocieron (vv.30-31).
Es en el partir el pan, en el compartir, cuando abrimos nuestros ojos a la realidad de la persona de Jesús. Cuando lo escuchamos atentamente con su Palabra de vida y nos sentamos a la mesa como hermanos para compartir esa experiencia profunda: Jesús es el Pan de vida, el resucitado. Es sacramento de la Eucaristia.
Él nos abre caminos de esperanza, que pasan por una profunda reflexión de fe para mirar con profundidad lo que pasa en nuestra realidad personal y social. Él nos abre los ojos ante esa realidad de niños y niñas hambrientos de pan, de amor, de afecto.
Los discípulos vuelven de Emaús a Jerusalén, donde existe ya una comunidad que había visto al resucitado y se integran a ser testigos del Señor de la vida. El apóstol Pedro nos recordará que ese Jesús a quienes ustedes colgaron y mataron en una cruz, Dios lo resucitó para romper las ataduras de la muerte (Hch 2,23-24).
Ser discípulos, testigos de la vida es no tener miedo, frente a la pandemia del coronavirus, devolvamos, el amor, confianza, solidaridad defendiendo la vida de todo ser humano. Que los pobres no sean los descartados de hoy, que la indiferencia no afiance en nosotros el pecado del egoísmo y muerte, sino resucitados con Cristo, caminemos alegres en la esperanza con su Palabra y el compartir el pan de la amistad, como sacramento y signo que el Resucitado comparte la alegría de vivir. (Fr. Héctor Herrera, o.p.)
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