Trujillo en Línea.- Lc 2,22-40, nos relata, José y María presentan a Jesús en el templo cumpliendo con el rito de la purificación de la madre y de la consagración a Dios del primogénito (Ex 13,1: Lev 12,8). Allí esperan, Simeón y Ana forman parte del pequeño resto de Israel.
Esta fiesta se celebraba en la Iglesia oriental conocida como "La fiesta del Encuentro", el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. La Iglesia de Jerusalén la celebra desde el siglo IV y pasó a occidente con el nombre de la Purificación de la bienaventurada Virgen María. En 1969, el calendario romano la cambió con el nombre de la Presentación del Señor.
Simeón profetiza del niño “Porque mis ojos han visto a tu Salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblo. Luz que se revelará a las naciones y gloria de tu pueblo, Isra3el” (v. 29-31). Jesús es Luz que ilumina a todos los pueblos. Al mismo tiempo dirigiéndose a María: “Mira, este niño traerá a la gente de Israel caída o resurrección. Será un signo de contradicción y a ti misma, una espada atravesará tu alma” (v.34-35) Jesús es signo de contradicción de vida, luz, justicia, libertad y de rechazo para quienes no lo aceptan como el amor y la paz.
Su presentación está marcada por el signo de la cruz y de la vida, para todos los que como El, cumplan las enseñanzas de su Padre (Jn 8,28)
María y José, maravillados por los ancianos Simeón y Ana, reflejan su amor signo de comunión y armonía en la familia, en la cual el niño iba creciendo en edad y en sabiduría y la gracia de Dios permanecía en el él (v.40). Lección para nuestras familias, como las hijas e hijos, crecen con el acompañamiento de sus padres.
Los abuelos marcan esa experiencia de sabiduría para que vivíamos en paz y armonía en el hogar, la naturaleza y como personas. Es hora que toda la humanidad nos dejemos iluminar por la luz de Jesús; “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida” (Jn 8,12)
Encarnemos a Jesús en el corazón de las familias, a ser hijos: “Jesús recordaba a los fariseos que el abandono de los padres está en contra de la Ley de Dios (cf. Mc 7,8-13). A nadie le hace bien perder la conciencia de ser hijo. En cada persona, «incluso cuando se llega a la edad de adulto o anciano, también si se convierte en padre, si ocupa un sitio de responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la identidad de hijo.
Todos somos hijos. Y esto nos reconduce siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado nosotros mismos sino que la hemos recibido. El gran don de la vida es el primer regalo que nos ha sido dado». (A.L. 188)
En esta fiesta del encuentro de Jesús con su pueblo, los ancianos Simeón y Ana, nos recuerdan: «No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones» (Sal 71,9). Es el clamor del anciano, que teme el olvido y el desprecio.
Esto interpela a las familias y a las comunidades, porque «la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna” (A.L. 191).(Por fray Héctor Herrera,op)
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